Jock, Jeff, Jed, Jake, Jerry... Leigh, Leach, Lewis... Con todos esos nombres y apellidos Jeffrey John Leach, natural de Londres, había entrado y salido, abruptamente, de la vida de casi una decena de mujeres. Y aunque, en la mayoría de los casos, el irresponsable Casanova había desaparecido sin mediar palabra y con los ahorros de quien fuera su compañera de turno, resultaba inquietante que muchas de sus ex novias le recordaran constantemente y, no pocas veces, con una curiosa mezcla de rencor y cariño.
Así había sido con Natalie Reckman, la periodista sin escrúpulos; con Minty Knox, aquella pobre infeliz heredera de un par de miles de libras; e, incluso, con Zilla H. Leach, su ex mujer, a quien abandonaría intentándole hacer creer que había muerto, aburrido ya de las miserias de la vida doméstica.
Jeffrey Leach era un seductor nato, y, quizá su falta de vanidad no hacía si no fomentar la naturalidad de su talento. Con Fiona, su última presa y, sin duda, el premio mayor a toda una vida dedicada al engaño, había vuelto a comprobar sus encantos y sentía que la vida le sonreía. Pero Jeffrey ignoraba que, por aquella misma época, sus múltiples y olvidadas vidas empezaban a cruzarse y la amenaza se cernía sobre su destino.
Minty Knox había comenzado a escuchar voces en su cabeza y a ver el fantasma de quien, ella creía, era su difunto novio. Un espectro que la siempre nerviosa Minty se había decidido a eliminar a golpes de cuchillo.
Así había sido con Natalie Reckman, la periodista sin escrúpulos; con Minty Knox, aquella pobre infeliz heredera de un par de miles de libras; e, incluso, con Zilla H. Leach, su ex mujer, a quien abandonaría intentándole hacer creer que había muerto, aburrido ya de las miserias de la vida doméstica.
Jeffrey Leach era un seductor nato, y, quizá su falta de vanidad no hacía si no fomentar la naturalidad de su talento. Con Fiona, su última presa y, sin duda, el premio mayor a toda una vida dedicada al engaño, había vuelto a comprobar sus encantos y sentía que la vida le sonreía. Pero Jeffrey ignoraba que, por aquella misma época, sus múltiples y olvidadas vidas empezaban a cruzarse y la amenaza se cernía sobre su destino.
Minty Knox había comenzado a escuchar voces en su cabeza y a ver el fantasma de quien, ella creía, era su difunto novio. Un espectro que la siempre nerviosa Minty se había decidido a eliminar a golpes de cuchillo.
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